16 de marzo de 2006

¿Qué es la izquierda; qué es la derecha? Se preguntan hoy, especialmente los derechistas, que ante el avance de la izquierda en Latinoamérica quieren borrar del mapa político la díada que por siglos ha diferenciado los conceptos filosóficos sobre el interés privado ( o particular) y el interés público (o general).

La economista Lilia Beatriz Sánchez ha encontrado este artículo en el diario La Nación de Argentina ( http://www.lanacion.com), que ayuda mucho a comprender la enorme diferencia ideológica que va de un extremo a otro de la geografía política.

LAS IDEOLOGIAS NO HAN MUERTO

Por Alfredo Vítolo

Para LA NACION

El tema del fin de las ideologías nació de un trabajo presentado por Edward Shills en el Congreso Mundial de Intelectuales que, con el auspicio del Congreso por la Libertad de la Cultura, se realizó en Milán en septiembre de 1955.

Asistieron alrededor de 150 intelectuales y políticos, cuyas opiniones iban desde las socialistas avanzadas hasta las conservadoras de derecha, según nos relata Seymour M. Lipset en El hombre político. El encuentro no produjo resultados importantes. Se llegó a la conclusión de que, en una economía desarrollada, habían sido superados los enfrentamientos entre izquierdas y derechas, que había terminado la lucha de clases y que la confrontación democrática se daría entre partidos con pocas diferencias entre sí que competirían por el ejercicio del poder político en cada nación. Luego, el tema quedó olvidado o reducido a teóricas discusiones académicas.

Algo más de 35 años después, al producirse la caída del régimen comunista en la Unión Soviética y los países de Europa Oriental, el problema volvió a tomar estado público. Muchos filósofos, historiadores y teóricos de la política consideraron que el fracaso de la superideología totalizadora que representaba el comunismo cambiaba las reglas de la política en el mundo y surgía la posibilidad de una concepción única de sociedad abierta, que tenía a la democracia como el mejor sistema político y al capitalismo como el mejor sistema económico. Todas las naciones debían sostener esas ideas para afianzar la libertad, superar la pobreza y progresar a través de comportamientos pragmáticos.

La nueva sociedad, decían, ya superadas las presiones de las ideologías, traería la paz al mundo, generaría mayor riqueza, ayudaría a detener la explosión demográfica, mejoraría la educación y la salud, preservaría el medio ambiente y aseguraría el Estado de Derecho. Así lo expresó, entre otros, Karl Popper, en 1991.

Ahora, en 2006, 15 años después de los optimistas pronósticos de importantes intelectuales, cabe preguntarse: ¿terminaron las ideologías? ¿La democracia se ha afianzado como sistema político? ¿Han desaparecido las diferencias entre izquierda y derecha? ¿El mundo vive en paz y ha disminuido la violencia? ¿Ha triunfado el capitalismo y hay más oportunidades de trabajo? ¿Se distribuye mejor la riqueza? ¿Tenemos mejor educación y salud? ¿Existe una mejora ecológica?

No coincidimos con quienes opinan que han terminado las ideologías. Siguiendo a Sartori, creemos que el fin de una ideología –el marxismo no es el fin de todas las ideologías. Estas, en cuanto conjunto de ideas, no terminan; pueden debilitarse, pero al no ser valores permanentes se modifican y se adaptan a la realidad de cada tiempo. Además, no es cierto que el marxismo esté totalmente agotado, pues vive como filosofía y una parte importante del mundo cree en él. El pragmatismo inmoderado, por su parte, se ha convertido en relativismo al no reconocerse valores absolutos, ha crecido el individualismo y ha desaparecido la solidaridad.

La democracia sigue siendo el mejor sistema político para garantizar la libertad y procurar la igualdad, pero deben comprenderse las variantes que ese sistema debe tener en muchas partes del mundo, pues es imposible calcar e imponer modelos occidentales para civilizaciones distintas y con otras concepciones.

En la política subsisten, aunque atenuadas, las diferencias entre izquierdas y derechas. Las primeras se caracterizan por la relevancia que otorgan al valor igualdad asociado a la libertad, mientras la derecha centra su acción en la libertad, sosteniendo que la igualdad es una consecuencia de aquélla. Tampoco se han afianzado la justicia ni el Estado de Derecho. Las grandes potencias restringen a sus nacionales los derechos negativos y reducen aceleradamente los derechos positivos; no aceptan la existencia de tribunales internacionales para el juzgamiento de las violaciones de los derechos humanos y exigen a los demás países seguridad jurídica, mientras ellas se consideran al margen de las limitaciones que impone la supremacía de la ley.

Es cierto que no hay guerras mundiales y que ha terminado la Guerra Fría, pero en los últimos años han proliferado las guerras locales o regionales: Irak, Afganistán, Medio Oriente, la ex Yugoslavia, varias naciones de África, diversas ex repúblicas soviéticas... y así podríamos seguir con una larga lista de conflictos. Han existido, además, innumerables episodios de guerrillas nacionales y ha hecho su aparición el terrorismo fundamentalista, potenciado por ideas étnicas y religiosas extremas. Nadie puede válidamente afirmar que vivimos en un mundo de paz y sin violencia.

El capitalismo, en su actual concepción neoliberal, ha profundizado la globalización generando una inmensa pobreza en los países periféricos, provocando la falta de trabajo para millones de seres humanos y haciendo crecer inequitativamente la diferencia entre ricos y pobres, por lo que son cada vez más los marginados y excluidos, a pesar de los datos que consignan las estadísticas.

El mundo, especialmente en los países subdesarrollados, tiene mala educación y peor salud. A pesar de las epidemias y de la falta de una adecuada alimentación, la población mundial ha crecido exponencialmente y no han existido adecuados cambios para mejorar el medio ambiente. Sólo han crecido y avanzado la ciencia y la tecnología en los países centrales, pero los resultados y beneficios de esos adelantos no han servido para la mejoría de los países más pobres y de sus habitantes, salvo raras excepciones.

Las organizaciones supranacionales conducidas por las potencias centrales han fracasado y se muestran impotentes para ayudar a construir un mundo mejor. Las naciones más importantes controlan las decisiones y vetan las que les parecen contrarias a sus intereses. La igualdad de las naciones es una falacia.

En síntesis: no han terminado las ideologías y no se han cumplido los pronósticos de los optimistas. Si queremos un mundo más equitativo, más próspero, más justo y más igualitario, con mejor educación y salud para todos, debemos comenzar por diseñar un humanismo moderno y responsable; promover los ideales fundamentales, que sí son valores permanentes; respetar las diferencias de los que creen o piensan distinto; estimular una democracia mejor adaptada a otras concepciones, y contar con liderazgos mundiales que estén a la altura de estos desafíos.

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