16 de marzo de 2006

Colombia, más a la derecha

Por: Reinaldo Spitaletta

(especial para ARGENPRESS.info)

Colombia, en contravía de los procesos de renovación política que se viven en algunos países de América Latina, confirmó en las elecciones del pasado domingo su proyecto de derechización, aupado y concebido por una élite pronorteamericana y abiertamente antipopular.

Como se esperaba, el Congreso elegido tiene una asfixiante mayoría uribista, lo que le permitirá al hoy presidente candidato seguir desarrollando sus políticas neoliberales, al servicio de minorías que se enriquecen en medio de las crecientes carencias de los desheredados.

Los comicios demostraron, una vez más, el devastador poder del clientelismo y de las maquinarias políticas, en este caso uribistas. En una campaña sin debates, en la que pulularon los recién creados “partidos” que respaldan al Presidente, éste, sin escrúpulo alguno, realizó en los últimos quince días por todos los medios de comunicación un sainete para promover a sus discípulos.

Incluso, la cascada de cuñas propagandísticas, con la voz y la figura presidenciales, iban en sentido contrario de las disposiciones electorales. Pero, en un país que perdió su capacidad crítica, por las artes de una realidad virtual creada por el uribismo, al presidente candidato todo le está permitido.

Así que, en los días previos a la lid electoral, como otro modo de impacto publicitario oficial, ni siquiera fue cuestionado el vulgar montaje acerca de la entrega de una columna guerrillera y un avión. No. Ni tampoco las evidencias de la farsa provocaron en los medios de comunicación –la mayoría prosternada ante el poder- críticas ni petición de explicaciones al Presidente y su Comisionado de Paz.

Si éstos, o sus epígonos, injurian a un candidato, como pasó hace poco con Rafael Pardo, basta con que el presidente dé unas disculpas peores que las acusaciones. Y no acontece nada. Si se pasa por la faja la ley de garantías electorales, no sucede nada. El todo lo puede. Está blindado. Ha adquirido dotes mesiánicas y sacrosantas. Es más: cuestionarlo, señalarle su autoritarismo, o mostrar que “trabaja, trabaja y trabaja” para beneplácito de una minoría acaudalada y de las corporaciones transnacionales, es ponerse en riesgo.

En esta democracia de pacotilla, que además hiere la filosofía de un Estado social de derecho, en la que el poder omnímodo no permite el florecimiento de la oposición, está todo dado para que ese proyecto de la forzuda derecha colombiana borre a sus contradictores.

¿Cómo puede florecer la democracia en un país que es el décimo del mundo en inequidad social? Aquí, en medio de las desigualdades, sí prosperan, y casi hasta niveles inverosímiles, las fortunas astronómicas de los magnates. Y se secan las posibilidades de una vida decente y sin carencias para las mayorías. Y si no, que lo digan los Sarmientos y Santo Domingos cuyas arcas se engordaron hasta estar entre los más ricos del planeta.

Con un Congreso de bolsillo, el proyecto derechista y excluyente de Uribe, o, en otras palabras, de quienes él representa, se aplicará sin “pataleos” de casi nadie. Tiene la plutocracia el camino expedito para continuar sus políticas antipopulares y de enriquecimiento propio.

Esta extraña democracia electoral, en la que la abstención es mayoría (mayoría inerte e inocua), confirmó, además de la espantosa derechización, la muerte de las ideas. Porque la pobreza ideológica de los siete o más movimientos creados a la sombra del “profeta”, raya en lo ridículo. Sin programas, solo empujados por el divino soplo de su amo y señor, y por el respaldo del poder del dinero, lograron la “barrida”.

Su única luz, su “pensamiento” único, es el presidente candidato. Ah, pero poseen la máquina para hacer votos, la máquina para aparecer en todos los noticieros y periódicos. El poder. Un poder, además, basado en la mentira, en la construcción de una irrealidad que mantiene embobados y obnubilados a muchos.

Lo que viene, sin duda, es el envalentonamiento de una derecha, que se sentirá a sus anchas para continuar entregando el país a los requerimientos del imperio, pero también la oportunidad histórica para que la izquierda democrática avance en sus denuncias y en la lucha por un país en el cual algún día tendrán que imperar la justicia social, la democracia real y la soberanía del pueblo.

Así que, visto desde otro minarete, el reto para los excluidos es el de comenzar a andar en la construcción desde abajo de una auténtica democracia y de un país sin desigualdades.


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