13 de marzo de 2006

Liberalismo real

LIBERALISMO REAL

Octavio Quintero

Aunque el Partido Liberal estuvo mal dirigido (sospechosamente adrede) por el ex presidente Gaviria, los verdaderos liberales, esos que ponen el énfasis en el interés general antes que en el individual, no deben sentirse derrotados en las elecciones parlamentarias del pasado domingo.

La reflexión que propongo no es un consuelo de tontos. Es aceptar la nueva y cruda realidad del liberalismo colombiano, tal como es y que muchos preferimos.

Empecemos por decir que el liberalismo que conocimos los mayores de 50 era, como bien lo definió el ex presidente LLeras Restrepo, un partido de matices de izquierda. de lo que no nos dábamos cuenta era que esa filosofía tenía sus enemigos propios que se quitaron las caretas especialmente en los gobiernos dizque liberales de César Gaviria y Álvaro Uribe que lograron esparcir el liberalismo en el dial no sólo del centro a la izquierda sino también desde el centro hasta bien entrada la derecha.

En ese eje se movía un liberalismo amorfo guiado por unos caudillos que le iban dando su propia forma, personalidad y carácter. Así, por ejemplo, encontrábamos liberales revolucionarios y ortodoxos; progresistas y conservadores. Algún historiador podría ayudarme a poner los nombres en las respectivas casillas. Mi función ahora es señalar que ese liberalismo era como Arca de Noe en la que se arrejuntaban los más disímiles intereses y los más contradictorios pensamientos que, finalmente, terminaban conciliando posiciones en la medida en que la maquinaria del Partido les fuera elevando a las más altas dignidades del Estado y de la empresa privada.

Esta cohabitación liberal funcionó hasta la Constitución del 91, a partir de la cual, empezamos a preguntarnos qué era eso de Estado Social de Derecho y encontramos que al individuo no solo le basta que le garanticen unas libertades básicas, como el derecho a la ciudadanía, la libertad de expresión y pensamiento; de movilidad en su propio territorio, de asociación o culto y el derecho al voto, que grosso modo es los que contempla el Estado de Derecho, sino que si tales libertades no van acompañadas de unos derechos sociales como educación, salud, vivienda, trabajo y alimentación (que es lo concerniente al Estado Social), de nada sirven.

Para un ejemplo ramplón, ¿de qué le sirve a un ciudadano colombiano, de esos que integran el 65 por ciento de la población en estado de pobreza, tener libertad de pensamiento, si su condición lo lleva a vender al mejor postor su derecho al voto por 20 mil pesos?

Sería como en el pasaje bíblico de Esau y Jacob en el que el primero, al llegar con hambre a la casa, cambia con el segundo su primogenitura por un plato de lentejas.

Para las nuevas generaciones encargadas de dirigir los destinos de este país, está bien que entiendan a qué juegan: qué es ser liberal y qué es ser conservador; qué es tener una posición ideológica hacia la izquierda o hacia la derecha y, aún, qué riesgo asume en un extremo u otro de la díada.

Lo que pasó en las elecciones parlamentarias del domingo, fue que ese liberalismo amorfo que nos acompañó desde Aquileo Parra hasta nuestros días, se materializó, gracias, y lo digo con sinceridad, al advenimiento del neoliberalismo. Al irse desbrozando el libre mercado y encontrarnos unos liberales con contradicciones sociales inadmisibles que a su vez, eran no solo admitidas sino impulsadas por quienes considerábamos copartidarios, nos vimos como Adán y Eva después del pecado original: absolutamente diferentes.

Si pudiéramos retrotraer el tiempo y empacar de nuevo la ideología liberal en esa amorfia de los matices, ahí estaría de nuevo el “Gran Partido Liberal” que sacrificó a Gaitán y Galán o eligió a los López y los LLeras para que todo pasara sin que nada sucediera.

Pero, si como dice el refrán, es mejor andar solo que mal acompañado, entonces, ese millón y medio de auténticos liberales que votó el domingo 12 de marzo de 2006, debe gritar ahora conmigo: ¡viva el gran Partido Liberal, al que pertenecer es un honor que cuesta!

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