27 de marzo de 2006

Bush, el terrorista

NOTA DE MISS-XXI

El excelente escritor en que se ha convertido William Ospina con su primera novela Ursúa, no le ha ‘robado’ al periodismo al magistral columnista.

Ospina se caracteriza por ser uno de los escritores mejor documentados del país. Es decir, no sólo marca sus escritos con su impronta ideológica, sino que los soporta con estadísticas incuestionables y comillas precisas.

Este análisis del embrollo armado por Bush y sus secuaces en Irak es de lo mejor que podamos encontrar desde todo punto de vista objetivo, incluso haciendo abstracción de posiciones ideológicas.

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Cromos, 26 de marzo de 2006

EL NAUFRAGIO

WILLIAM OSPINA

Los Estados Unidos todavía siguen llamando posguerra a la espantosa guerra de ocupación que libran en Iraq y que según Iyad Allawi se ha convertido ya en la guerra civil que todos temían.

"Perdemos cada día entre 50 y 60 personas -dijo el ex primer ministro-, si eso no es guerra civil, entonces solo Dios sabe qué será".

Mientras en la Casa Blanca Bush reafirmaba en un dialecto cada vez más pobre y ante una opinión pública cada vez más escéptica la validez de la guerra preventiva, mientras Dick Cheney se esforzaba por demostrar que la guerra civil no ha estallado todavía, mientras Donald Rumsfeld explicaba que los Estados Unidos no pueden retirarse de Iraq porque eso sería como entregarles nuevamente Europa a los nazis, Francis Fukuyama, ex filósofo del neoconservatismo y uno de los ideólogos de la estrategia de supremacía global de los Estados Unidos tras la guerra fría, que tanto ha fascinado a Bush y sus muchachos, daba marcha atrás en su nuevo libro Estados Unidos en la encrucijada, donde declara que la guerra fue un error y que es preciso "abandonar la retórica de la guerra global contra el terrorismo y promover el desarrollo político y económico en el exterior".

Pero eso no es todo, para malestar de los huéspedes de la Casa Blanca, Fukuyama ha declarado que esto ya no puede hacerlo Bush: "Reparar la credibilidad estadounidense no será un asunto de mejores relaciones públicas; requiere un nuevo equipo y nuevas políticas".

Ello sólo significa que ya empezó la desbandada, ante la inminencia del hundimiento.

George Hill, del Washington Post, ha declarado que "Iraq es ahora más peligroso que antes", y Andrew Sullivan, de The New Republic, expresó que ante el tamaño del fracaso "la respuesta correcta no es más propaganda sino un sentido de vergüenza y tristeza".

Esas reacciones no son hechos aislados. La popularidad del presidente Bush se ha despeñado de tal manera que sólo lo respalda el 33 por ciento de los ciudadanos, en el mismo momento en que su aliado de siempre, Tony Blair, por causa de la corrupción en su partido, ha descendido al 36 por ciento.

La coalición invasora se deshace, con el retiro sucesivo de las tropas de varios países, y hasta Italia, que tendrá elecciones en abril, vive la expectativa del retiro de sus 2.600 soldados en caso de ganar la alianza de oposición a Berlusconi.

En la conmemoración de los tres años de la invasión, miles de manifestantes han vuelto a salir a las calles en Roma y en Londres, en Corea y en Australia: no ya, como al comienzo, para tratar de hacer entrar en razón a los Estados Unidos del peligro de hundirse en un pantano bélico sin horizontes, sino para exigir a los estúpidos invasores que paren su inútil carnicería y que dejen de insistir en el discurso irreal de una lucha contra el terrorismo que hace rato se transformó en lo que decía combatir, que hace rato es una guerra terrorista, emprendida por el odio, justificada por la mentira, agravada por la torpeza y perpetuada por la soberbia de una camarilla ignorante y prepotente.

En efecto, la guerra fue una retaliación a ciegas contra el primer cordero expiatorio que Bush encontró en su camino, después del holocausto del 11 de septiembre.

El petróleo estaba en el trasfondo de esa invasión, pero, para justificarla, los gobernantes argumentaron la patraña de las armas de destrucción masiva, y sostuvieron la mentira a sabiendas hasta cuando ya no era posible ocultar las evidencias.

Pero después del magno crimen de la invasión vino la torpeza de reemplazar al viejo general retirado Jay Garner, quien había rechazado con sensatez la idea de disolver las instituciones operantes del país invadido, entre ellas el ejército iraquí, todo lo que garantizaba hasta entonces una precaria estabilidad.

Garner fue reemplazado el 9 de mayo de 2003 por Paul Bremen "el elegante procónsul", como lo llaman los periodistas franceses, "que no entiende una gota de árabe y que lo ignora todo de la historia del Medio Oriente". Bremen se dejó arrullar por una corte de exiliados iraquíes, los mismos que convencieron a la administración de la existencia de las armas de destrucción masiva, y bajo el mando de este procónsul fueron disueltos el ejército, la policía, la administración y todas las instituciones indispensables para la supervivencia del país.

Fue así como, además del bombardeo masivo y de las incontables muertes civiles, Iraq se disgregó en la anarquía, y centenares de miles de hombres de guerra se hallaron sin trabajo, listos para engrosar las filas de las guerrillas de resistencia y de venganza.

Las cifras oficiales hablan de casi 40.000 muertos civiles en tres años de ocupación, pero las cifras no oficiales temen que puedan ser cuatro veces más.

Los soldados muertos de los Estados Unidos han superado ya la cifra de 2.300 y los heridos se acercan a 17.000, lo que agrava el creciente malestar de la opinión pública norteamericana, que ahora rechaza mayoritariamente la guerra.

El representante demócrata John Murtha exigió en noviembre de 2005 una retirada inmediata de las tropas que ocupan Iraq, porque algunos oficiales le explicaron que el ejército estaba al borde de la ruptura. Pero Bush y Cheney y Rumsfeld saben que abandonar a Iraq después de haberlo destruido, y sin dejar allí impuesto ningún control real, es dejar suspendida una amenaza sobre Occidente mucho peor de la que existía la víspera del 11 de septiembre.

La verdad es que el ejército norteamericano cuenta con un millón de hombres, pero menos de 400 mil pertenecen a unidades combatientes, ya que el resto corresponde sobre todo a soporte logístico o está en la aviación y en la marina.

Al parecer, sólo 150 mil hombres de esas tropas de primera línea son unidades de activo, las otras proceden de la Guardia Nacional y de la Reserva.

Los Estados Unidos son todopoderosos por su tecnología militar, sus bombarderos, sus barcos de guerra y sus arsenales, pero no tiene su costado fuerte en las tropas de combate, no sólo porque hay que justificar ante la sociedad el riesgo de muerte, y la muerte, sino porque cada brigada en acción requiere una, o dos, listas a tomar el relevo.

Los expertos saben que "es muy difícil y muy costoso mantener un ejército de 150 mil hombres por un largo período en un frente de guerra".

"El sistema -añaden- no está concebido para mantener a la distancia, largo tiempo y en condiciones de combate difíciles, a unidades no profesionales". Ello sin contar con que Estados Unidos no sólo tienen tropas en Afganistán y en Iraq.

Como consecuencia de la guerra de Vietnam el reclutamiento forzoso fue abandonado en 1973, pero la campaña de reclutamiento de voluntarios en el 2005 fue tan difícil que de 80 mil soldados que se esperaban sólo se consiguieron 73 mil.

Ya les está tocando reclutar muchachos entre los 17 y los 23 años, y están reduciendo las exigencias de preparación física y de nivel educativo. A esto lo ha llamado Fred Kaplan "el embrutecimiento del ejército estadounidense".

El Pentágono, incluso, ha pedido llevar a los 42 años el límite de edad para los enrolados, que hoy está en 35. Por eso los Estados Unidos prefieren guerras fulminantes y relámpago como la del Golfo de hace 15 años, con un máximo de precisión en los blancos y un mínimo de víctimas propias, y temen como al diablo los combates cuerpo a cuerpo como los que impone la guerra de guerrillas.

De modo que la prolongación del conflicto resulta algo grave para el ejército norteamericano. Y haber permitido que la guerra llegara a esta fase puede haber hecho de Iraq una catástrofe irreversible.

Pero sobre todo es grave cuando la guerra se torna cada vez más injustificada, y cuando al gobierno le toca orquestar partituras tan complicadas como la de esta semana, cuando a siete voces los miembros de la administración vociferaban aquí sobre las ventajas de la guerra preventiva, negaban allá la existencia de una guerra civil, argumentaban más allá la inconveniencia de retirarse, amenazaban a Irán, amonestaban a Corea, hacían advertencias a China, lanzaban exhortaciones a Rusia y denunciaban a Cuba y a Venezuela, como tratando de convencerse de que son de verdad los superhombres que ya todo el planeta sabe que no son, y tratando de convencer a su propio pueblo de que lo suyo es una estrategia política y no un caos de costosas improvisaciones.

Todas esas voces que gritan y claman de la proa a la popa, que hacen discursos altisonantes que nadie cree, que invocan unas certezas cada vez menos evidentes, que se aferran de unos manifiestos que han envejecido décadas en unos cuantos años, no son el coro de un ejército triunfal que impone su ley sobre el mundo, son más bien el bullicio destemplado que se abre camino cuando empieza a tomar cuerpo la evidencia del naufragio.

HACE RATO ES UNA GUERRA TERRORISTA, EMPRENDIDA POR EL ODIO, JUSTIFICADA POR LA MENTIRA, AGRAVADA POR LA TORPEZA Y PERPETUADA POR LA SOBERBIA

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